Es pronto, por la mañana.
Hemos tenido una noche movidita con viento fuerte y mucho movimiento. El piloto automático ha saltado en un par de ocasiones yéndose el «Tango», nuestro catamarán, de orzada contra unas pronunciadas olas como paredes de agua. No es fácil rectificar rumbo y sí perder la amura… Acelerones de motor, gritos y maniobras en cubierta… Otra vez despierto. Subo a cubierta y una ola nos rompe en popa y entra agua hasta el salón, suerte que la puerta estaba abierta si no igual la habría partido. Toca achicar… jejejee.
Ahora ya con las luces del día todo parece diferente, sigue el viento fuerte, racheado, sin darnos tregua, pero es distinto; el mar se ve claro, la altura y dirección de las olas también. Voy al timón, a mano, sin piloto automático y sintiendo el barco y los envites del mar. Corrigiendo rápido el rumbo o dejándome llevar con la ola. Manejar 12 toneladas y media es un subidón de adrenalina, un antídoto contra todo, un chute de felicidad, casi un orgasmo… pone.
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